Relato Erótico: Rendición

Rendición Autor RODRIGO LIMA
Cuando aquella noche de abril, en el recibidor del hotel sus miradas se cruzaron, ambos entendieron que acabarían follando; lo que ella no sabía era que lo haría atada, con todos sus movimientos restringidos y sus ojos vendados, a merced de la voluntad de aquel desconocido, ni que su vida, desde ese momento irremediable, había cambiado para siempre. Todo estaba en silencio y creía percibir la respiración pausada de alguien que debía estar observándola, o quizás había más gente, o tal vez fuera algo que simplemente deseaba, pero no podía estar segura. Cuando aquel hombre

tan irresistible, con su consentimiento, la comenzó a amordazar y le vendó los ojos, intentó, al principio, hacerse una composición del lugar, pero a medida que pasaba el tiempo, mientras sentía lo que imaginó como cuerdas por las muñecas y tobillos, empezó a perder toda noción de la realidad y los ruidos que escuchaba le generaban una mayor incertidumbre todavía. Quería recordar cómo había llegado hasta allí: el hall, un cruce de miradas, la coincidencia en el ascensor y su sumisión inmediata, sin explicación, sin avisos. ¡Ella no era así!. ¡Siempre llevaba el control!

Después de mirarla unos minutos, acostada, inmovilizada, con las muñecas atadas a los muslos, de forma que las piernas quedaran levantadas y ella totalmente expuesta, sin una posible oposición, con los ojos vendados, la respiración agitada, comenzó a dar vueltas alrededor de aquella camilla con un hielo en la mano que, poco a poco, se derretía en forma de pequeñas gotas que caían y resbalaban por el cuerpo imperfectamente perfecto de aquella chica que levemente se agitaba con el frío y a la que prácticamente enseguida se le erizaron los pezones. Con las yemas de los dedos de la mano que le quedaba libre, comenzó sutilmente a recorrerla; levemente apretó uno de sus pezones y un suave quejido salió de aquellos labios turgentes que inesperadamente besó y que se abrieron sin pudor dejando que sus dos lenguas se entretejieran mientras descendía y dibujaba lazos indelebles en la piel. Podía sentir la tensión, sus poros erizados. Mientras los dedos de su mano izquierda comenzaban a jugar con aquel clítoris ya impaciente, alcanzó con la mano derecha el flogger que junto a otros juguetes eran testigos ansiosos de aquella primera vez. Suavemente lo levantó e impactó sus tiras en aquellas tetas hermosas y el espasmo que sufrió sorpresivamente hizo que su miembro alcanzara toda su dureza.

  • Me llamo Rennard.

Tenía miedo, o quizás no, pero extrañamente confiaba plenamente en aquel desconocido; Rennard. Antes de nada, casi en silencio, mirándola a los ojos que instantes después taparía, Rennard le había explicado que no haría nada que ella no deseara y no consintiera y que en el momento que pronunciara la palabra rendición, al instante detendría todo y ella podría irse libremente. Rendición. No. No quería pronunciarla. Sentía rojo su cuerpo con aquellos golpes dispersos como agujas que habitaban entre el dolor y el placer, pero extrañamente, ahí inmovilizada, sin ver nada, a oscuras, estaba cada vez más excitada. Cuando sintió una lengua recorrer sus labios y succionar de forma consistente el clítoris, no pudo evitar jadear, arqueándose lo poco que sus ataduras le permitían y en pocos segundos alcanzó un clímax que no abandonó en toda la noche. Sintió como unos dedos la penetraban y empezaban a caminar por el techo de su vagina. Sentía todo el cuerpo electrizado y no podía dejar de gritar cada vez más alto. De repente, aquellos dedos salieron abruptamente y sintió cómo se mojaba entera. Nunca había sentido algo similar. De forma continuada y sin que pudiera ya pensar, se entregó al miembro que la penetró y que sin comedimiento empezó a empujar cada vez más fuerte y profundo. Sus piernas temblaban y tenía la sensación de que no podía aguantar, de que iba a desmayarse, pero no podía hacer nada. Estaba totalmente a su merced. Rendición. No. Yo no me rindo nunca. Se le fueron durmiendo las piernas, las yemas de los dedos, los labios y perdió toda noción del tiempo.

Su cuerpo ya no le pertenecía. Su vida tampoco.

Mientras la penetraba sin pausa observaba todo su cuerpo y supo que había encontrado a la persona adecuada. No importaba qué hiciera para vivir; si tenía hijos o marido. Ella ya era suya y nunca dejaría de serlo. Pensó que aquel encuentro era solo el primero de tantos, y empezó a imaginar todos los límites por explorar. Estaba a punto de terminar, así que sacó el miembro y volvió a recorrer aquel cuerpo con su lengua. Ella no dejaba de chorrear y él se la imagino entregada a sus deseos más oscuros e inconfesables. Delicadamente empezó a frotar su culo que sin dificultad aceptó dos dedos y que sin pudor empezó a palpitar mientras seguía chorreando por la vagina. Sí. Pronto podría llevarla al club y sentirse el hombre más orgulloso del mundo. Sentía que había encontrado todo lo que llevaba buscando tanto tiempo. La beso y ella abrió la boca y saboreó sus labios mojados de ella misma. No tardó en meterla en el culo y la mueca de ella lo excitó aún más. Poco a poco fue dilatando y los jadeos se convirtieron en gritos ahogados. Agarró el wand violeta y empezó a frotarle el clítoris con sus siete niveles de vibración mientras seguía cada vez más fuerte penetrándola por el culo. No paraba de gemir y cada vez que terminaba lo mojaba. Sí. Con el tiempo la llevaría al club y exhibiría a aquella mujer maravillosa. Sí.

Cuando ella sintió el semen en sus labios, desesperadamente sacó la lengua para llenarse de Rennard. ¿Quién era aquel extraño que sin palabras la había hecho suya? No importaba, ya no podía escapar, no podía evitarlo. Sintió como la acariciaba, como la besaba por todo el cuerpo, y con su primer abrazo entendió que estaba completamente enamorada de aquel hombre que sutilmente fue desatándola soltando los nudos que la hicieron suya, destapó sus ojos y se sumergió en la profundidad de su mirada sumisa y entregada.
-Yo me llamo Almendra.

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